
sábado, 19 de septiembre de 2009
Tilcara, tierra de sueños y promesas...no cumplidas

martes, 21 de julio de 2009
Viajar
jueves, 2 de julio de 2009
¿Qué se siente estar en la isla Martín García?
Pero ¿qué significa estar en una isla? ¿Qué es una isla? Según el diccionario es “una porción de tierra rodeada de agua por todas partes”. Una defición común. Sin embargo, es difícil imaginarse vivir unas cuantas horas en una isla. Claro que en la creatividad de cada ser humano habita el sueño de la imaginación, pero aquella agudeza de sentidos tiene en el espacio y en el tiempo un punto de encuentro con la realidad. Y la inmensa cantidad de representaciones que afloran cuando se adentra en Martín García es realmente extraña: la sensacion de libertad y encierro se conjugan en un espectro extraordinario, una noción no tan fácil de explicar con palabras. Es que la naturaleza rodeada completamente de agua genera un sentimiento ambiguo; el desolado tránsito humano serena los nervios y las ansiedades; estar aislado invita a la contemplación de todo aquello que en la ciudad está ajeno; la reflexión del pasado asoma para entender el presente, y el paisaje define claramente que la isla Martín García es un encuentro cercano con la esencia de nuetsra historia.
La isla, aunque parezca increíble, tiene una antigüedad de 1800 millones de años: es un desprendimiento rocoso del plegamiento precámbrico del Macizo de Brasilia, que se sumerge en el océano y reaparece en el sistema de Sierras de Tandil. No es un dato menor, teniendo en cuenta que se diferencia notablemente del resto de las ilsas del Delta, que se forman por acumulación de sedimientos provenientes de los ríos Paraná y Uruguay. Otra particularidad es que la isla se encuentra más cerca del país vecino que de Argentina, de hecho se haya en aguas orientales. ¿Por qué entonces nos pertenece? En febrero de 1516 Juan Díaz de Solís arriba a este desolado lugar buscando un paso entre ambos océanos. Llamó al Río de la Plata "Mar Dulce" (posteriormente denominado como se lo conoce en la actualidad por la creencia de que era un acceso a las minas de plata del Imperio Inca), no pudiendo creer que semejante extensión de agua fuera dulce y no salada, como se esperaría de cualquier mar. Durante estas exploraciones, muere el tripulante y despensero Martín García, a quien sepultó en la isla. Por supuesto que también la bautizó con su nombre. Don Pedro de Cevallos, primer Virrey del Río de la Plata, la convirtió en un sitio fortificado y guarnición militar y fronteriza.
Franceses, portugueses, españoles e ingleses desearon durante muchos años la pertenencia de esta isla, habitada por charrúas, por ser un lugar estratégico para sus movimientos de expansión en la época. Sin embargo, a partir de 1850, el litigio quedó solamente en manos de Argentina y Uruguay. Finalmente, el 19 de noviembre de 1973, ambos países firmaron el Tratado Internacional del Río de la Plata y su frente marítimo a través de la Ley 20.645, que en su artículo 45 dice: "La Isla Martín García será destinada exclusivamente a reserva natural para la conservación y preservación de la fauna y flora autóctonas, bajo jurisdicción de la República Argentina". Además, en el artículo 63, dice que la Argentina "construirá y administrará un parque dedicado a la memoria de los héroes comunes a ambos pueblos". En 1958 fue declarada Lugar Histórico por un decreto nacional, y en 1998, en el marco de la ley 12.103, la Provincia de Buenos Aires la declaró como Reserva Natural de Uso Múltiple. En la actualidad, forma parte del Partido de la Plata.
Apenas se comienza a transitar por la isla la historia renace como queriendo mostrarse. Lugares que tienen miles de anécdotas para contar. Ese largo pasillo que va desde el pequeño puerto hasta el umbral de entrada, aquel que muestra intácto el característico cartel de bienvenida: "Isla Martín García. Provincia de Buenos Aires - República Argentina". Y después, el camino comienza a codearse con el pueblo mismo, la vida que está llena de calidez y de historia. A la izquierda, apuntando al río, inofensivos, los cañones de esmalte gris desgastado, colocados durante la Guerra de la Triple Alianza. Y a la derecha, un sendero con su microclima húmedo y frío que rodea una pequeña laguna llena de vida para no perderse: el silencio se mezcla con la naturaleza imperturbable y la fauna se muestra íntegra: la garza bruja, la garza blanca, el biguá, gallaretas y algunas tortugas posadas en las rocas. El bañado de la costa es uno de los medios más perceptibles para observar con detenimiento y paciencia. Pero el dato más curioso es que la cantera se formó porque de allí se obtuvieron los materiales para el empedrado de Buenos Aires. Y la lluvia hizo el resto.
Más allá, la Escuela de Educación Media 7 Cacique Pincén -donde estuvo detenido Perón en 1945 (desde aquí le escribió una carta a Evita pidiéndole matrimonio) y en donde también funcionan la EPB N°39 y el jardín de infantes N°319-, decorada coloridamente por dentro con los trabajos que diariamente realizan los alumnos y una pintoresca sala de computación muy ordenada con internet en todas las máquinas, algo que hasta hace poco parecía tan lejano. La pequeña iglesia parroquial y, junto a ella, la panadería, una vieja casa que data del año 1913, con aquella puerta de madera alta y angosta, con su amplia mesa en el centro llena de harina y las viejas máquinas de pan sobre la pared; en el mostrador, el famoso pan dulce artesanal, muy cotizado en la isla y toda la provincia de Buenos Aires. ¿Por qué famoso? La anécdota: el ex presidente Carlos Menem viajó a Martín García el sábado 26 de diciembre de 1998, y el dueño de la panadería le obsequió un pan dulce para compartir el brindis de Navidad y Fin de Año. Los medios gráficos más importantes del país publicaron al día siguiente la noticia. La Nación, bajo el título "El brindis de Menem", divulgó que "fiel a su costumbre, el jefe del Estado se trasladó en un pequeño avión privado, con el secretario de Prensa y Difusión, Raúl Delgado, a la isla. Apenas llegó, fue hasta la panadería local cuyos dueños son amigos hace mucho tiempo del Presidente [...] y recibió como regalo un pan dulce". Desde aquel momento quedó inmortalizado el sabor y la calidad del pan dulce elaborado artesanalmente en la isla, y fue Menem el encargado de regar la voz. Lo que resta saber es cuánto aumentó su producción la panadería a partir de este curioso episodio...
Sobre una de las callecitas laterales, aparece arrinconado y postergado el antiguo cine-teatro Gral. Urquiza, un lugar sin duda viejo, pero encantador, repleto de recovecos y rincones olvidados, oscuros, aunque todavía con ansias de algún espectáculo, pues las butacas permanecen inalteradas, los palcos y el pullman inmutables, y el escenario, indemne. Además, es singular y llamativo el estilo arquitectónico que ofrece su portada, pintada de blanco con piezas amarillas, verdes y rojas desteñidas.
Sin embargo la verdadera historia de Argentina está escrita en otros lugares: el penal levantado el 24 de abril de 1765 para albergar a fugitivos del batallón de Buenos Aires, finalmente convertido en cárcel para aprisionar a los delincuentes más peligrosos de Montevideo y la capital argentina, que funcionó hasta 1957. Los presos trabajaban en las canteras de granito, volcaban los empedrados en unos carros que se dirigían mediante rieles al puerto y eran enviadas en barco a Buenos Aires.
El barrio chino, con casas abandonadas y algunas muy deterioradas que funcionaban como burdeles, rodeado todo de un enorme cañaveral de bambú; el puerto viejo, con su torre firme aunque abandonada, con una vista excepcional de la ribera y sus pajonales; la casa de bombas de la fuerza naval; el crematorio, donde se inhumaban los cuerpos y pertenencias de los infectados durante la epidemia de cólera y fiebre amarilla, pues la isla funcionó como puerto de cuarentena para extranjeros que deseaban ingresar al país. A cualquiera se le pondría la piel de gallina acceder a este lugar, que aún permanece en pie, y observar dentro de la hoguera, imaginarse el humo que se desprende de la alta chimenea de ladrillos iluminada por el sol.
El faro, que fue instalado en 1881 por orden de Julio Roca, es además el punto más alto de la isla con 27msnm, siendo éste el lugar más elevado de las islas del Delta. Su función pricipal era oriental a los barcos que desconocían la zona.
Alrededor de 1884 llega a la isla el poeta nicaragüense Rubén Darío, que se instaló en una hermosa casona que hoy funciona como un museo. Allí vivió y escribió en mayo de 1895, el poema “La Marcha Triunfal”. Finalmente, el aeródromo y, detrás, la Reserva Natural inaccesible, que alberga gran cantidad de especies de aves, mamíferos y reptiles. Dentro de la flora, el ceibo, el curupí, el molle, el tala, el higuerón, las totoras, el sombra de toro y los espinillos se codean con especies exóticas como el eucalipto, la caña y el ligustro.La reflexión final: parece mentira que hayan estado prisioneros aquí Hipólito Irigoyen, Arturo Frondizi y Marcelo Alvear. Parece mentira que recorriendo sus plazas y sus monumentos se repase a cada momento una línea de tiempo como las que se dibujan en los libros. Parece mentira que Domingo Sarmiento haya soñado con este lugar como ciudad capital de los estado unidos de Amércia del Sur, Argentina, Uruguay y Paraguay. Por suerte el proyecto no prosperó y hoy podemos disfrutar de este mágico lugar…
Es impresionante recorrer las calles de la isla Martín García. Conocer su historia es una parte importante de nuestra historia. Es como si a cada paso tuvieramos en la mano un manual de cuarto grado. Pero sin embargo hay un millar de anécdotas que se nos escapan, porque es casi imposible conocerlas todas. En cada rincón de la isla hay algo para descubrir, y algo para contar, y algo nuevo para archivar en la mente. La construcción y las ruinas; la selva ribereña, los arenales, los pastizales, las lagunas, los juncales y la costa hacia el horizonte; el fugaz amanecer anaranjado entre nubes densas sobre el Uruguay y el eterno anochecer que trae la oscuridad; la sensación de libertad y de encierro. La palabra isla podrá tener muchos significados, pero quien los sepa apreciar entenderá su verdadero sentido. El silencio. La contemplación. La austeridad.
Fotos: 1-Viaje de ida en el catamarán hacia Martín García; 2-Puerto y muelle de la isla; 3-Cañon a la entrada de la isla; 4-La cantera; 5-Entrada de la Escuela; 6-Crematorio; 7-Aeródromo; 8-Casa donde vivió Rubén Darío; 9-Amanecer sobre el río.
domingo, 21 de junio de 2009
Segunda parte de la travesía por Auquinco hasta el Lolog
El refugio estaba descuidado. Debimos ventilarlo bien y rociarlo con agua y lavandina (siempre debe hacerse cuando se entra a un lugar que estuvo cerrado mucho tiempo y además por la posible presencia de hantavirus). No fue sorprendente, porque esta zona no es muy transitada durante la temporada de verano, y en invierno no es posible acceder. De todas formas, no es recomendable pasar la noche en el refugio. La construcción es de madera con techo de zinc, rectangular y cuenta con una mesa, una salamandra y un par de estantes; dos ventanas y dos puertas de entrada de un solo lado y unos tablones que simulan una cama. Sobre una de las paredes del refugio, un lindo retrato que dejó un caminante con una frase de Friedrich Nietzsche: “Quien ha alcanzado la libertad de la razón, aunque solo sea en cierta medida, no puede menos que sentirse en la tierra como un caminante, pero no un caminante que se dirige hacia un punto de destino, pues no lo hay”. Nunca una frase ha expresado mejor aquel momento.
El siguiente día amanecimos, como de costumbre, muy temprano. Había que seguir bajando y aprovechar también el fresco de la mañana para caminar, ya que el camino a seguir no tendría demasiada zona boscosa para resguardarse del sol, sino que era más bien abierta, y el sol prometía enardecer. Próxima parada: Refugio Auquinco, ya en el Lago Lolog.
Durante la travesía transitamos prácticamente por un valle estepario en el que son abundantes los coirones, ese pasto duro que conforma especialmente el típico paisaje de la estepa patagónica. Esta zona también es habitual de pumas, jabalíes y ciervos colorados, aunque no hemos tenido suerte y pasamos sin pena ni gloria. Además, próximos a la cercanía del refugio y nuestra zona de acampe, debimos cruzar un pequeño mallín que nos embarró los zapatos y casi un cuarto de la bombacha de campo.
Luego de vadear varias veces el Río Auquinco, y tras el almuerzo en la orilla del mismo, continuamos rumbo al Lolog con la esperanza de encontrar, en lo que restaba del camino, un poco de sombra. Y aunque no fue precisamente eso, nos recuperamos del calor con un chapuzón improvisado en el Río Auquinco, algo inédito teniendo en cuenta que faltaba muy poco para llegar. Fue un desquite, pura diversión en un río bajo, congelante y transparente. Después continuamos en traje de baño y zapatillas de trekking (postura inédita -y ridícula sobremanera-) hasta el Refugio Auquinco, al cual llegamos tras algo más de cinco horas de caminata total.
A simple vista, el refugio estaba en pésimas condiciones: la inclemencia del clima y el descuido de los transeúntes seguramente hayan sido determinantes para su destrozo. De todas maneras queríamos encontrar un lugar más alejado y cerca del lago, por eso nos dispusimos a explorar la zona, ya que además había allí un contingente de turistas que, según nos informaron, venían de Puerto Arturo (hacia donde íbamos nosotros) y se dirigían hacia Laguna Verde (de donde veníamos). Les esperaba, claro, un camino trabajoso. Reconocimos finalmente los alegres Lupinos en la costa del lago Lolog.
Nos cruzamos, como era de esperarse, con uno de los guías del grupo, que en ese instante intentaba llamar desesperadamente a un hombre que, solitario, se había adentrado en el lago, varios metros adentro, para practicar natación. Lo más angustioso para el guía era la parsimonia de su hombre. Lo más inquietante para nosotros era la oportunidad de ver a un monstruo de las profundidades devorarlo sin prejuicios. Es que la suerte no estaba del lado de aquel grupo, pues algunos de sus integrantes había tenido hace poco una experiencia negativa en su ascenso al Volcán Domuyo, al norte de la Provincia de Neuquén.
El lago Lolog –declarado en 1994 como Área Natural Protegida-, que significa “suelo con hoyos o depresiones”, es un lago inmenso e imponente. Tiene playas deslumbrantes y aguas muy profundas. Antiguamente lo llamaban Palai Co (agua tranquila), pero ha sido artífice de muchos mitos y leyendas que hoy en día son la incertidumbre de pobladores y visitantes. La más conocida es la del Cuero del Lago, una bestia jurasica que también denominaron “cuero uñudo”, que, según los historiadores, “tendría la forma de un tronco largo y grueso que se desenrollaría para aplanarse y ubicarse estratégicamente simulando ser un cuero vacuno a la espera de sus presas”. Ha habido varios avistajes durante mucho tiempo por parte de los pobladores, aunque muchos dicen que los lugareños inventan las historias para alejar a los turistas.
Finalmente la zona que encontramos era sensacional, sobre la costa, sin viento –ya que una península boscosa lo tapaba-, y a metros del comienzo del bosque de Roble pellín, Raulíes y Cipreses, entre otros, con un lugar ideal para las carpas. Como no podía ser de otra manera, la ambientación al lugar comenzó con un chapuzón en el Lolog, que en esa zona tenía varios metros de playa baja hasta hundirse tremendamente lago adentro. En la costa, cerca de la orilla y sobre el piso, abundaban las ya famosas chaquetas amarillas, aunque esta vez se debieron haber estado ocupando de otros asuntos, pues no eran lo invasivas que resultaron ser en Laguna Verde. La chaqueta amarilla es una abeja proveniente de la zona del Mar Mediterráneo y el norte africano que actualmente está expandida casi por todo el mundo e instalada en Estados Unidos y Oceanía. En la Patagonia, y en algunas zonas del sur de Buenos Aires, Mendoza y San Juan, es una plaga incontrolable que ha avanzado en toda la Región Andino-Patagónica 250Km por año. Fue observada por primera vez en Argentina en 1980, en Andacollo, localidad situada a unos 60Km al oeste de Chos Malal, en Neuquén. Las versiones más acertadas indican que este insecto carnívoro, de gran adaptación al medio y que no tiene enemigos naturales, llegó al país vía Chile en cargamentos de madera. Otras versiones presumen que fue insertada a propósito para combatir el bicho de la fruta, aunque estas versiones aún son incomprobables. Para la estadía del ser humano en los terrenos sureños, la complicación mayor llega a la hora de comer, ya que la abeja es agresiva en presencia de carbohidratos, proteínas y agua. Además, sus madrigueras se encuentran bajo tierra, en las cortezas de los árboles o en huecos de troncos, una de las razones por las cuales sobreviven al invierno, ya que los nidos o colonias –de hasta 4 mil individuos- son construidos por una reina fundadora, fecundada en otoño, que sobrevive al frio invernal. La gente local ha elaborado algunas trampas naturales con cebos de carne o aceite dentro de bolsas plásticas o botellas, y en diciembre del 2007 la firma Bayer presentó Amaxis, el primer cebo que sale a la venta para eliminar la chaqueta amarilla y que incluye un insecticida que liquida el nido en 24 horas.
El día siguiente fue atípico. Amanecimos relativamente temprano, con el sol apenas asomando sobre el este, detrás de montañas bajas, sobre el lago. Un paisaje alentador para esa altura de la mañana y un mate endovenoso. Pero digo atípico porque, a pesar del cansancio acumulado, ya augurábamos la cercanía de Puerto Arturo, el destino final. Sin embargo aún faltaba una noche en Playa Bonita, sobre la costa del Lolog, más hacia el sudeste.
También fue atípico por lo cómico que resultó la carrocería de una chata vieja y destartalada estacionada enfrente al refugio Auquinco, y de la cual recién nos enteramos cuando salimos hacia Playa Bonita. Seguramente haya sido de algún poblador que utilizaba el camión antiguamente para trasladar madera o leña en las inmediaciones del refugio. Otra humorada alegre para continuar nuestro viaje.
La dificultad con la que nos topamos en primera instancia aquella mañana, fue la imposibilidad de encontrar el sendero hacia Playa Bonita. No había ningún cartel indicador sobre las picadas y los caminos de animales, sobre todo vacas y caballos, se confundían con los senderos de Parques Nacionales. Allí perdimos un par de horas, en la costa del lago. Nuestro mapa indicaba la picada más adentro, siguiendo el Río Auquinco desde su desembocadura en el Lolog, pero las distintas sendas se mezclaban. Por la costa del lago no se podía seguir. Y finalmente, tras retroceder unos metros, encontramos el cruce del Auquinco y, del otro lado, la senda que continuaba tan campechana hacia Playa Bonita.
Tras un par de horas de caminata entre bosques frondosos y cañaverales de Colihue, llegamos a Playa Bonita, un lugar ubicado sobre el margen sur del Lago Lolog, otra vez, con un paisaje impresionante, parsimonioso. El almuerzo al pie del lago, una siesta en la playa, y el descanso anhelado fueron las principales actividades de la tarde. El cielo lentamente se fue cubriendo con nubes negras, aunque altas y pasajeras. El color luminoso de los rayos del sol atravesando los nimbos, el agua calma y algún pedazo celeste entre los nubarrones fue el retrato perfecto para la última noche antes de la civilización. Una noche de cuentos sobre aventureros y reflexión silenciosa.
El último día de caminata con mochila al hombro se presentó ideal. Salimos temprano de Playa Bonita en busca de Puerto Arturo, a solo un par de horas. El sendero pasaba por al lado de la zona de acampe y esta vez no nos costó encontrarlo. Es que a partir de aquí, con la cercanía que hay hasta la Seccional Lolog de Parques Nacionales, la picada es muy evidente.
El trayecto tuvo subidas con pendiente pronunciada por momentos. Pero claro, después de una subida, sigue una bajada. Los cereales son fundamentales para reponer azúcar y tener energía para continuar. Y cuando menos lo esperábamos, el camping organizado de Puerto Arturo apareció triunfante a pocos metros de la casa del Guardaparques. Habíamos caminado, en total desde Laguna Verde hasta Puerto Arturo, unos 50km.
domingo, 14 de junio de 2009
"Allá ni llego", o el mítico Ayen Niyeu
Antes de comenzar el ascenso hacia la cumbre del volcán, había que superar un complicado obtáculo: salir de la bolsa de dormir, abrir el cierre de metal helado de la carpa y estirar las piernas entre el frío y la oscuridad. Recién cuando el mate cocido atraviesa el cuerpo y el humo caliente de la taza se pierde entre la boca y la nariz, el cuerpo y la mente recuperan su terreno normal. La sensación que vendría luego sería aún más motivadora.
El ascenso es espectacular por varias razones: se realiza enteramente en zigzag por la negra roca volcánica, entremezclada con otras tonalidades, con el Lanín de fondo y el valle visto en su inmensa eternidad, por supuesto, en absoluta soledad y silencio. El día se va aclarando poco a poco y el aire se calienta aún más, pero para ese entonces ya teníamos pisado casi tres cuartos de camino. Es clave emprender la subida con el aire fresco de la mañana, ya que cuando los primeros rayos asoman por el filo montañoso, el calor se transforma en un escollo más para sortear. La primera cumbre, incómoda e inestable por una montaña de rocas movedizas, se encuentra a pocos pasos del filo del cráter y se aprecia, como nunca, el Lanín en su completa estructura, más cerca que antes. También aparecen, hacia el oeste, el Volcán Quetrupillán (“volcán activo bramador” o “diablo tímido”) y el Volcán Villarrica (2840m), de Chile. La vista es espléndida, ya que además del paisaje que teníamos delante, a un paso, a solamente un paso, el cráter del Ayen Niyeu brindaba una indescriptible sensación de profundidad. Sin embargo, aún restaba un tramo hasta una segunda cumbre, por el filo del cráter y hacia arriba. Allí, mas cerca del cielo y mas lejos de la tierra, el viento y el sol en su máxima expresión y una gran porción de la Patagonia ante nuestros ojos atónitos. Festejo y alegría por un ascenso sin trabas y un aplauso alentador para iniciar la bajada. Eso sí: aquellos escépticos que tildan al volcán de complicado, de difícil acceso y caprichoso, no conocen a las mujeres. La moda de llamarlo "Allá ni llego" por la similitud fonética con su verdadero nombre, es una mentira tan grande que no tiene punto de discusión.
miércoles, 20 de mayo de 2009
Fucsia
Cuando el valle se hace extenso, franco y claro, metros abajo, sobre el lecho del río rocoso, infinitos arbustos pinchosos y secos, y de un color verde intenso, del tamaño de un gurrumino, se enredan poco a poco en la planicie terrenal descolocada, abierta entre montañas. Después, solamente el sonido de la vertiente de agua descansada y lechosa del deshielo, espumante y movediza como una serpiente, que choca contra las rocas pesadas y lisas que sobresalen del arroyo ancho, y siguen su curso hacia abajo, y entonces se pierden entre cohiues. En el desfiladero, reliquias de derrumbes y avalanchas, árboles inclinados y lengas achaparradas, y también un sendero antiguo cubierto por aquellas lengas entrelazadas, y ramas, y piedras. Seguramente el vestigio del pasaje humano, remoto en el tiempo. Y el clima. Siempre el clima.

Sobre la cumbre casi pelada, de pura roca y poca nieve, sobrevuelan bichos con alas que se hacen llamar jotes y cóndores. Ambos acechan bajo la agonía solar, pero no se encuentran, allá alto en el viento. Jotes por una carroña; cóndores por otra. Quien pudiera tener su visión, su panorama de lo infinito, su planeo, su acrobacia de cuento. Gran buitre, dominador de los aires, rapaz que arranca el corazón de animales muertos, el mayor de los respetos.
El anochecer ofrece colores fríos y la helada desciende cómoda, espontánea. El rocío húmedo y relente propone la quietud, sobre musgos y otras plantas. Parece entonces un cuadro pintado en la serenidad más austral, con tonalidades de azul oscuro y manchas de azabache, como un paisaje en el cual se descubre un cielo lóbrego, cubierto de puntos luminosos, y una luna brillante, que resplandece la punta de los cerros y los lagos escondidos, aquellos donde monstruos marinos de la prehistoria olvidada, tal vez, asomen su aleta dorsal curvada y luego se escondan, dejando una ola y un remolino.
El amanecer responde con creces el pedido de la naturaleza: reluce cuanto ser biótico se atraviesa en su recorrido invencible, y sosiega al resto. Temprano, el arriero atraviesa un arroyo bajo, pedregoso. Y chapotean los herrajes del caballo sobre el lecho. Y las alforjas repletas. Y detrás, la manada salvaje de potros, éstos sin monturas, cerriles, al galope y al relinche, atraviesan también el vado, seguidos por el charro joven, fusta en mano, desbravando la tropilla. Y siguen el viejo camino de carretas, en ascenso, dejando rastros a su paso; y sus flancos se notan fibrosos, anquirredondos. No muy lejos, la pampa de mallín, un verde claro tierno, se desenvuelve insólita entre árboles dispersos y altos, y la poca sombra lo vuelve caluroso al mediodía. Al paso, un cañaveral cerrado y denso, devuelve las gentilezas de la sabana abierta.
La caballada se detiene finalmente en aquella extensión, en una amplia majada circular de piedras encimadas y enormes, junto a una pequeña choza de madera y un aljibe desmantelado, provisto de una cubeta artesanal de listón corrompido. Todo lo que queda de aquello es simplemente su forma, pues el tiempo ha dejado que el adorno perdure deshecho y arruinado, más no su oficio. Su alrededor figura plano y sencillo. No obstante, las huellas de aquellos equinos dejan un hueco en la tierra mojada, donde allí mismo se junta el agua de un color marrón. Es un espacio donde el viento corre libre, porque es un lugar abierto, una tregua entre montañas, con un cielo que es igual en todos sus rincones, salvo que las nubes desfilan veloces.
Parecen entrometerse, al atardecer, nubes de color plomo, densas, aguadas. La brisa es calma, calma chicha, y el aguacero, inminente. El cielo se cubre y el sol deja entrever sus rayos apenas, entre nubarrones plateados y negros, entre luces relampagueantes y rayos tímidos, aún en el horizonte amenazador. Y entonces, gotas del tamaño de un hongo, gotas de lluvia, caen dispersas y frías en el bosque, y acarician la copa de los árboles; gotas intensas y aglomeradas mojan las piedras de las cumbres, y se escurren entre ellas, formando minúsculas grietas que descienden hasta desaparecer; gotas, que ya no son solamente gotas, penetran en los lagos esmerilados, azules y verdes, y se quedan allí, deseosas de espacio; gotas, que ahora pertenecen al chubasco limpio, a la cortina de agua sobresaliente y pareja, llegan lineales al suelo, donde después serán charcos, y al cabo de un rato, yuyos y plántulas, líquenes y moho, cardenillos. Cuando todo se apacigua, hay un aroma nuevo, a vida. Y rápidamente los nimbos se abren y fluyen ligeros en dirección del viento, dejando claro el cielo celeste.
Entonces, el sol parece la bola de fuego que es, con su amplificación simbólica y su calor radiante, mortal. La humedad del suelo se eleva como vapor, y el agua de las ciénagas y barriales se hace añicos. El día se transforma y las lluvias se van al oeste, hacia las altas cumbres, donde la negrura queda al descubierto, y la altura se mimetiza con la luz de la tormenta. El ciclo continúa su rumbo como una rueda que gira al compás de las horas, y el día se acaba inmerso en su productividad, con su biología ferviente haciendo lo que debe y más quiere: crecer.
Desde un vasto sector de bosques quemados, por lenguas de fuego irresponsables que ni el tiempo podrá sanar, se desvanecen los tonos plateados desde las raíces hasta la punta de las ramas peladas, secas y quebradizas. Negro, gris y plateado, delante de los tonos cristalinos del lago, el cielo en su esplendor, y algunos verdes y marrones de la tierra blanda, son parte del paisaje bífido, en donde el microclima de la zona arrasada por el incendio genera tristeza, un sentimiento atípico en plena maravilla. Y entonces, un colibrí repleto de colores vivos, con sus alas movedizas, se acerca osado al único brote de flor en mucho tiempo, inconmensurable: la campana femenina, colgante y sensata de la fucsia, de color rosa intenso, y rojo, con una gota de agua en su tallo, cayendo por mera gravedad, se desploma alegre e insuperable, sublime, para cargar de magnitud la vida y aportarle calidez a un salvajismo irreparable. Y entonces roza su estambre, y la deja versátil, desequilibrada; y luego se va, dejando caer el agua de la intensa lluvia. Y el colibrí pierde su tesoro en el camino, y éste cae flameando al suelo, ese que alguna vez fue fértil. Y entonces el cielo se vuelve a cubrir tercamente de nimbos y la lluvia que se había ido cae caprichosamente. Y es allí donde renace la vida.
Más allá, el acantilado sobresale por su verticalidad y su verde oscuro...
(Del ascenso al Cerro Granítico, Area Mascardi, Bariloche 2005)
lunes, 27 de abril de 2009
Refugio Otto Meiling: imperdible
El sendero en la parte final se mezcla con la nieve y pequeños arroyitos de agua escurridizos. A las 13.55 el refugio se apareció ante nosotros, iluminado por los rayos del sol y el reflejo blanquecino de la nieve. A la izquierda, el glaciar Castaño Overa. A la derecha, el glaciar Alerce. Más allá del refugio, la ladera del Tronador completamente nevada como una pista de esqui y, finalmente, los tres picos que lo acercan al cielo. La felicidad por haber llegado, claro, era inmensa, pero no había palabras para describir la felicidad por encontrarse en un lugar soñado, único, con una vista completa de todo el valle, divisando cerros tan lejanos. También nosotros estábamos cerca del cielo.
Desde Pampa Linda fueron en total 18Km, con un desnivel de 1100 metros. Este refugio de montaña está ubicado a 2000 msnm y pertenece al Club Andino Bariloche. Es de hormigón y madera, aunque también tiene remiendos de chapa en su lado externo, tal vez por alguna tormenta invernal. El refugio por adentro es muy cálido, con cocina y comedor -que tienen vista hacia los picos del Tronador-, baños y una amplia sala para dormir en la planta alta. La primera persona que llegó al pico más alto del cerro fue Hermann Claussen en la noche del 29 de enero de 1934. Pero ¿quién es Otto Meiling?
Es difícil describir quien era Otto Meiling, porque fue muchas cosas. Nació en Alemania el 1 de junio de 1901. Fue gimnasta durante su juventud y tras la Primera Guerra Mundial viajó a Buenos Aires, donde se desempeñó como obrero. El 9 de enero de 1930 llegó a Bariloche: creó la primera agencia de turismo, fue jefe de navegación en la empresa más grande de la ciudad y fundador en 1931 del Club Andino Bariloche junto al Reynaldo Knapp y el médico Juan Javier Neumeyer, de quien aprendió a esquiar y entonces fue luego instructor y fabricante de esquíes. Se convirtió entonces en un aficionado por la montaña. Su anhelo máximo era el Tronador, cuyo ascenso se vio frustrado en varias oportunidades. En su diario escribió: “La falta de éxito es justo lo que a uno no lo deja descansar y estimula a repetir las tentativas hasta llegar a la cumbre anhelada”. Otto Meiling y Hermann Claussen formaron, el 9 de febrero de 1934, la primera misión de rescate en el Tronador, intentando hallar a dos italianos que se habían perdido en la zona tras una tormenta, sin poder encontrarlos. Finalmente, Otto Meiling alcanzó la cima el 3 de enero de 1939 y luego en 60 ocasiones más, la última con ochenta años. El refugio sobre la ladera del Tronador lo construyó en 1950 y veinte años después lo bautizaron con su nombre. Además, realizó el cruce de la cordillera en canoa en agosto de 1956, siguiendo el curso del Río Manso hasta el Pacífico. Falleció en 11 de agosto de 1989. El Cerro Otto no debe su nombre a Meiling, sino a otro alemán: Otto Goedecke, uno de los primeros pobladores que fue fatalmente asesinado por un ladrón de manzanas a fines de 1920.
Por supuesto que la riqueza de la historia que abunda en esta zona es inmensa y cada dato te lleva a otro, y cada nombre te lleva a otro, y cada curiosidad te lleva a otra. Eso da la pauta de la gran cantidad de gente que caminó la cordillera, alcanzó cerros vírgenes y recorrió enormes distancias. Claro que no hay tiempo para conocerlas todas, pero están. Para nosotros lo más importante es saber que aquí habitó un alemán empedernido y trabajador, y que nos ha dejado un legado de historias increíbles para contar. Y el interior del refugio encierra todo ese cuento maravilloso que nunca se va a perder, mientras el hombre continúe caminando y explorando como lo hizo antes.
El atardecer a esa altura se impone por su grandeza: sobre el oeste se esconde el sol, dejando líneas de color rojo y anaranjado sobre las cumbres de la cordillera, fusionándose con el azul del cielo. Un espectáculo digno de ser fotografiado. Más acá, el frío desciende desde lo más alto y comienza su ruta hacia la helada. La noche es fría y muy oscura. Y el amanecer es otro espectáculo: la luz aparece tibia y el sol se refleja sobre los glaciares del cerro Tronador, proponiendo un color miel sobre la roca que parece un cuadro pintado.
miércoles, 22 de abril de 2009
La magia de Los Césares
lunes, 20 de abril de 2009
¿Lobo está?
El lobo aún no se encuentra listo, se está lavando los dientes, se está poniendo las botas, está tomando mate cocido, se está bañando en el Río Salado. Cuando luego de un rato el lobo se presta para salir a la caza, los chicos se apresuran para correr al resguardo, y al hacerlo levantan con sus pies descalzos el polvo que cubre la cancha de fútbol, que hoy tiene un solo arco de madera, y que la mitad tiene pasto y la otra no, pero que en invierno es puramente de tierra. Los chicos corren hacia el alambrado perimetral de las escuela y allí se quedan agarrados, firmes, hasta que el peligro pase, hasta que el lobo no los pueda atrapar. Esa es su casa, su salvación. Cuando suena la campana, ha llegado la hora de un nuevo alivio: el almuerzo. La campana debe sonar fuerte, pues todos los chicos de la comunidad, de una punta a la otra del barrio, están esperando ese sonido metálico y chillón. El juego termina, pero la alegría de jugar, más allá de un resultado, permanece y se refleja en sus sonrisas, que tampoco se acaban rápidamente. Su cariño y el reclamo para seguir se hace notar, y ese eco de vocecitas dulces queda flotando, al menos, hasta el próximo juego.
El piso de cemento polvoriento, aquellos gurrumines, los maestros, el almuerzo, la canchita, la campana. Se trata de la Escuela N° 401 del Barrio de Qompi, en la localidad de Pozo del Tigre, Formosa, donde subsiste una Comunidad Aborigen Pilagá, una de las tantas que aún habitan en el norte del país. Son tres las etnias que se ubican aún en la Provincia de Formosa: Pilagá, Wichí y Toba. Los Wichí también se extienden hacia el noroeste de Chaco y el noreste de Salta. Los Toba se encuentran tambien en gran parte del Chaco y se entremezclan con los Mocoví en algunas zonas de Santa Fe; se han hallado grupos en el norte de Buenos Aires. De las tres etnias de Formosa, los Pilagá representan el menor número de familias y, por lo tanto, un número de población menor. Se asientan en el centro norte de la provincia, ubicados cerca de una fuente de agua como es el Río Salado, un aspecto que caracteriza a los pueblos de toda la zona chaqueña.
Por supuesto que Formosa es una provincia pluriétnica y pluricultural, y esta gran diversidad la transforma automáticamente en una enorme riqueza. Cada grupo con su cultura le aporta riqueza al entramado de redes sociales de todo el país, pero a veces eso puede ser peligroso: muchos creen que el valor que tiene cada cultura puede o debe ser mejor que el de las demás, y esa grave acusación tiene una consecuencia riesgosa: que las acciones tiendan a cambiar las culturas de otros para que se parezcan a las nuestras. Esa desvalorización lleva al etnocentrismo (el egocentrismo de las culturas). Entonces allí es cuando el lobo somos nosotros.
En la Asamblea Constituyente de 1994, se le ha otorgado un marco normativo nacional a los asuntos indígenas. Al menos, un progreso. El Artículo 75, inciso 17, dice: “Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos. Garantizar el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural, reconocer la personería jurídica de sus comunidades, y la posesión y propiedad comunitaria de las tierras que tradicionalmente ocupan, y regular la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano, ninguna de ellas será enajenable, transmisible ni susceptible de gravámenes o embargos. Asegurar su participación en la gestión referida a sus recursos naturales y a los demás intereses que los afecten. Las provincias pueden ejercer concurrentemente estas atribuciones”. Si este pequeño párrafo tiene alguna incidencia positiva en la actualidad, es algo que aún estamos un poco lejos de saber. Lo que si estamos en condiciones de afirmar, es que el lobo todavía se está poniendo el traje y la corbata. Pero ojo, en cualquier momento puede salir al Congreso a sancionar una ley estúpida...