miércoles, 22 de abril de 2009

La magia de Los Césares

La llamada Ciudad de Los Césares está enclavada en el Parque Nacional Nahuel Huapi (significa “Isla del Tigre” en mapuche y es área protegida del país desde 1934), en el extremo oeste del Lago Mascardi, en la desembocadura del Río Manso superior y a mil metros del Hotel Tronador, dentro de un bosque de Ñires y rodeado por los Cerros Bonete y Diego Flores de León. Pero como todo lugar soñado y mágico, en una zona donde las estrellas y la brisa fresca reconfortan, hay una leyenda que brinda un perfil milenario y prodigioso. Durante la época de la conquista chilena y argentina reinó una creencia: en algún punto del Cono Sur existía una ciudad que escondía extraordinarios tesoros y se suponía llena de riquezas, principalmente oro y plata. La referencia data del año 1528, cuando Sebastián Caboto –o Gaboto, como también se lo llamó-, explorador, cartógrafo y marino italiano, envió tres expediciones para explorar el territorio de lo que hoy es Argentina. Se especula que uno de los grupos se dirigió hacia el oeste comandado por el capital Francisco César y otros catorce hombres, y que posiblemente hayan llegado a los Andes o las Sierras Cordobesas. Finalmente, César y seis de sus expedicionarios regresaron tres meses más tarde relatando que habían visto una tierra muy rica que tenía ovejas del Perú (llamas) y gran abundancia de joyas y metales preciosos. Fue entonces que a partir del Siglo XVI se comenzó a llamar a esta zona “lo de César”, con un tono sarcástico. Estas historias llegaron a España y otras partes de Europa, y cuando se supuso allí la existencia de una ciudad inca, sus habitantes empezaron a ser llamados Césares. Pero como la ubicación de la “ciudad rica” era inexacta e imprecisa dentro del vasto territorio de Argentina, se enviaron más expediciones con el correr de los años. Los padres jesuitas, Nicolás Mascardi primero y Juán José Guillelmo después, llegaron al sur con el fin de encontrarla, entre otros desafíos. El marino Juan Fernández, también de España, quien con el pretexto de ubicar a los sobrevivientes de una expedición que se había perdido en la zona del Estrecho de Magallanes tiempo atrás, se embarcó alrededor de 1621 en busca de la Ciudad Encantada, sin poder encontrarla. Eso sí: dio con el lago más maravilloso de la zona: el Nahuel Huapi. No es poca cosa, ya que se estima que Fernández haya sido su descubridor. Más adelante en el tiempo, el 22 de enero de 1876, arribó el perito Francisco P. Moreno, quien llegó al Nahuel Huapi desde el atlántico y fue el primer hombre blanco que hizo reflejar la bandera argentina en las aguas de aquel gran espejo.

La planta de campamento que lleva el nombre de Los Césares, fue construida por el Ministerio de Educación en terrenos que Parques Nacionales cedió en la década del cincuenta y que ahora pasó a depender de la Provincia de Río Negro. Es un lugar de ensueño cuando el sol atraviesa nubes color plomo y se muestra timorato a través de las densas gotas de lluvia sobre el cono siempre nevado del Cerro Bonete. O bien cuando un arco iris irrumpe desde la profundidad del Lago Mascardi y se pierde en lo alto del Cerro Cresta de Gallo. Es imposible abstraerse del atractivo que tiene esta zona, sus colores, el aire, la tranquilidad. Es aquí donde cobra vida el verdadero sentido de todos los sentidos del hombre volcados a la inmensidad de la naturaleza sureña. Es aqui donde esa naturaleza brinda reflejos impensados de vida silvestre. Hablan por sí solas las imagenes: huellas de puma en senderos transitados por el hombre; escarbadas salvajes de jabalíes buscando su alimento en pleno bosque; el taladro indiscutible del pajaro carpintero, y la asombrosa aparición de un huemul, el cérvido patagónico en peligro de extinción.
La Patagonia una vez más se abre íntegra, para florecer su máximo esplendor en las cuatro estaciones del año y acaparar la mirada de propios y ajenos.

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