lunes, 20 de abril de 2009

¿Lobo está?

En un piso de cemento polvoriento, castigado por los 40 grados de temperatura y el sonido incesante de las chicharras, bajo un sol pleno y un clima seco, que resquebraja la tierra y deja una sensación infernal de sed, un grupo de gurrumines de distintas edades juega a "¿Lobo está?" en el patio de una escuela, esperando el sonido alentador de la campana que en un par de minutos los llamará a almorzar. La sombra es escasa, apenas algunos árboles copan la parada y aportan un aliciente necesario. A unos pasos, en la puerta de entrada al aula de 4to grado, los maestros memas (enseñan la lengua nativa) y docentes, de guardapolvo asombrosamente blanco y pulcro, debaten y organizan el festejo de los 25 años de la escuela.

El lobo aún no se encuentra listo, se está lavando los dientes, se está poniendo las botas, está tomando mate cocido, se está bañando en el Río Salado. Cuando luego de un rato el lobo se presta para salir a la caza, los chicos se apresuran para correr al resguardo, y al hacerlo levantan con sus pies descalzos el polvo que cubre la cancha de fútbol, que hoy tiene un solo arco de madera, y que la mitad tiene pasto y la otra no, pero que en invierno es puramente de tierra. Los chicos corren hacia el alambrado perimetral de las escuela y allí se quedan agarrados, firmes, hasta que el peligro pase, hasta que el lobo no los pueda atrapar. Esa es su casa, su salvación. Cuando suena la campana, ha llegado la hora de un nuevo alivio: el almuerzo. La campana debe sonar fuerte, pues todos los chicos de la comunidad, de una punta a la otra del barrio, están esperando ese sonido metálico y chillón. El juego termina, pero la alegría de jugar, más allá de un resultado, permanece y se refleja en sus sonrisas, que tampoco se acaban rápidamente. Su cariño y el reclamo para seguir se hace notar, y ese eco de vocecitas dulces queda flotando, al menos, hasta el próximo juego.

El piso de cemento polvoriento, aquellos gurrumines, los maestros, el almuerzo, la canchita, la campana. Se trata de la Escuela N° 401 del Barrio de Qompi, en la localidad de Pozo del Tigre, Formosa, donde subsiste una Comunidad Aborigen Pilagá, una de las tantas que aún habitan en el norte del país. Son tres las etnias que se ubican aún en la Provincia de Formosa: Pilagá, Wichí y Toba. Los Wichí también se extienden hacia el noroeste de Chaco y el noreste de Salta. Los Toba se encuentran tambien en gran parte del Chaco y se entremezclan con los Mocoví en algunas zonas de Santa Fe; se han hallado grupos en el norte de Buenos Aires. De las tres etnias de Formosa, los Pilagá representan el menor número de familias y, por lo tanto, un número de población menor. Se asientan en el centro norte de la provincia, ubicados cerca de una fuente de agua como es el Río Salado, un aspecto que caracteriza a los pueblos de toda la zona chaqueña.
El amor y la apertura que esos chicos demuestran es un ejemplo de la lucha diaria por seguir perteneciendo a la cultura, al no aislamiento, a la Argentina. Este viaje que realizamos cada año al centro mismo de la cultura nativa de nuestro país es una manera de intercambio, pero también es un aprendizaje que nunca se acaba. Ellos nos enseñan a cada minuto la alegría de vivir, la magia de pertenecer a una cultura muy propia, muy nacida de adentro. Y también ellos esperan aprender de nosotros. Es increíble la capacidad que tienen para eso, además de poseer una extraordinaria memoria, una creatividad y una imaginación que obviamente es muy lógica: continuamente están en contacto con la naturaleza, con la vida silvestre, con la flora, la fauna, con el aire libre. No tienen otra distracción que no sea armar gomeras, trampas para animales, caminatas al monte, al río, cazar, pescar, jugar, correr, nadar. Y no pierden su esencia. Porque son chicos.

Por supuesto que Formosa es una provincia pluriétnica y pluricultural, y esta gran diversidad la transforma automáticamente en una enorme riqueza. Cada grupo con su cultura le aporta riqueza al entramado de redes sociales de todo el país, pero a veces eso puede ser peligroso: muchos creen que el valor que tiene cada cultura puede o debe ser mejor que el de las demás, y esa grave acusación tiene una consecuencia riesgosa: que las acciones tiendan a cambiar las culturas de otros para que se parezcan a las nuestras. Esa desvalorización lleva al etnocentrismo (el egocentrismo de las culturas). Entonces allí es cuando el lobo somos nosotros.

En la Asamblea Constituyente de 1994, se le ha otorgado un marco normativo nacional a los asuntos indígenas. Al menos, un progreso. El Artículo 75, inciso 17, dice: “Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos. Garantizar el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural, reconocer la personería jurídica de sus comunidades, y la posesión y propiedad comunitaria de las tierras que tradicionalmente ocupan, y regular la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano, ninguna de ellas será enajenable, transmisible ni susceptible de gravámenes o embargos. Asegurar su participación en la gestión referida a sus recursos naturales y a los demás intereses que los afecten. Las provincias pueden ejercer concurrentemente estas atribuciones”. Si este pequeño párrafo tiene alguna incidencia positiva en la actualidad, es algo que aún estamos un poco lejos de saber. Lo que si estamos en condiciones de afirmar, es que el lobo todavía se está poniendo el traje y la corbata. Pero ojo, en cualquier momento puede salir al Congreso a sancionar una ley estúpida...










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