martes, 21 de julio de 2009

Viajar

No es posible para un hombre que vive con las ansias de viajar darse el lujo de perder en sus inmensos itinerarios la magia que aporta cada lugar, la sabiduría que transmite a cada paso recorrido aquella cultura que se desprende para paralizar las mentes, y agregar a su recorrido datos que amorticen la impaciencia por conocerlo todo. Sin embargo es por demás imposible descubrir lugares ocultos en un planeta repleto de puertos para desembarcar. Por eso, el hombre se contenta, al menos, con satisfacer su espíritu aventurero en su corta pero intensa vida, y llegar a desembarcar en los puertos que su vivacidad y su entereza le permiten. Así es como el hombre encuentra los sentidos de su vida que antes estaban enterrados o latentes. Y carga su mochila de viajero eterno para internarse en las cuevas de lo desconocido, subir las cuestas de montañas infinitas, atravesar caminos intratables, comprender gente absurda y nativa, perecer ante insanos y sabios, animales y monstruos, perderse entre lagos y mares, codearse con la vegetación y la oscuridad del bosque, la maldad de la selva descortés y la civilización malhumorada. Y sin embargo no deja de andar, porque tal vez en algunos de esos puertos a los que llega sin más que alpargatas rotas y pies cubiertos por el polvo de la carretera, encuentre su sentido de pertenencia y personalidad, que dejó zucumbir cuando atravesó el mundo y aquí renacen con la fuerza de un huracán. Posiblemente este hombre que conoció la Tierra igual que lo hicieron los dioses y los gigantes del pasado, diminuto este hombre en la distancia que separa el cielo del suelo, haya vivido más años que cualquier otro hombre común. Sólo por el hecho de viajar...

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