domingo, 14 de junio de 2009

"Allá ni llego", o el mítico Ayen Niyeu

Domingo de febrero. Amanecimos muy temprano, sin luz. El sonido del saltillo había escoltado la pernoctada, fría y corta, y el cónico Volcán Lanín, de 3776 msnm, con su pico atestado de lenguas glaciarias, nos brindaba una de las vistas más maravillosas del recorrido. De noche y de día, el Lanín es extraordinario, principalmente porque supera en promedio 1800 mts a los picos que lo rodean, de manera que se alza imponente, sin límites, entre el resto de los cerros de la zona. Lanín significa “que se hunde”, según la lengua mapuche. Los colores del cielo al anochecer, reflejado en la blancura del cono, con bocas humeantes por el frío, abrigados de pies a cabeza, y con el imperturbable sonido de la vertiente de agua, es una posta digna de ser guardada. Ahora bien: aquella mañana el sol no había hecho aún su entrada triunfal sobre las altas cumbres. En este extenso valle, rodeado por el solemne Cerro Huanquihue, se encuentra el Volcán Ayen Niyeu, que significa “lugar que estuvo caliente” y está a 1700 msnm. Pleno Parque Nacional Lanín -creado el 11 de mayo de 1937-, a metros de la Cascada del Portezuelo de Auquinco (lugar en el cual Parques Nacionales recomienda el uso de calentadores, pues no está permitido hacer fuego) y el valle que lleva el mismo nombre, por donde un par de días más tarde descenderíamos hasta el Lago Lolog.



















El arribo a este lugar de hermosos colores y una paz deslumbrante se puede hacer desde Laguna Verde (se llama así por la cantidad de algas en su lecho que le dan una tonalidad esmeralda), área de Junin de los Andes, mediante una travesía de algunas horas por un sendero arduo y escalonado de subidas y bajadas, cuyo comienzo se halla a metros de un escorial de lava de casi ocho metros de longitud producido por el volcán Huilquihué, encausado en un antiguo valle glaciar, y que termina en el lago Epulafquen, al norte de la laguna Verde. El trekking se realiza casi completamente en un bosque de Coihues, atravesando también Raulíes y Ñires, y un sotobosque conformado por cañaveral. Por momentos, la caña de Colihue muerta y hueca resuena al unísono de la caminata en cada paso, y aparece como una especie de peligroso rizador para cabello móvil e inestable. Luego de un par de horas, se observa la majestuosidad del Ayen Niyeu y el andar se transforma sobre un sendero de mínimas piedras volcánicas. Son, a partir de aquí, impresionante los colores montañosos –verde, negro, gris, anaranjado, amarillo, rojo y blanco por algunos manchones de nieve-, constituidos por rocas piroclásticas procedentes de las erupciones volcánicas hace miles de años. Aunque parezca increíble, el Volcán Ayen Niyeu colapsó con una colosal explosión hace apenas 500 años. Inimaginable.

Antes de comenzar el ascenso hacia la cumbre del volcán, había que superar un complicado obtáculo: salir de la bolsa de dormir, abrir el cierre de metal helado de la carpa y estirar las piernas entre el frío y la oscuridad. Recién cuando el mate cocido atraviesa el cuerpo y el humo caliente de la taza se pierde entre la boca y la nariz, el cuerpo y la mente recuperan su terreno normal. La sensación que vendría luego sería aún más motivadora.
El ascenso es espectacular por varias razones: se realiza enteramente en zigzag por la negra roca volcánica, entremezclada con otras tonalidades, con el Lanín de fondo y el valle visto en su inmensa eternidad, por supuesto, en absoluta soledad y silencio. El día se va aclarando poco a poco y el aire se calienta aún más, pero para ese entonces ya teníamos pisado casi tres cuartos de camino. Es clave emprender la subida con el aire fresco de la mañana, ya que cuando los primeros rayos asoman por el filo montañoso, el calor se transforma en un escollo más para sortear. La primera cumbre, incómoda e inestable por una montaña de rocas movedizas, se encuentra a pocos pasos del filo del cráter y se aprecia, como nunca, el Lanín en su completa estructura, más cerca que antes. También aparecen, hacia el oeste, el Volcán Quetrupillán (“volcán activo bramador” o “diablo tímido”) y el Volcán Villarrica (2840m), de Chile. La vista es espléndida, ya que además del paisaje que teníamos delante, a un paso, a solamente un paso, el cráter del Ayen Niyeu brindaba una indescriptible sensación de profundidad. Sin embargo, aún restaba un tramo hasta una segunda cumbre, por el filo del cráter y hacia arriba. Allí, mas cerca del cielo y mas lejos de la tierra, el viento y el sol en su máxima expresión y una gran porción de la Patagonia ante nuestros ojos atónitos. Festejo y alegría por un ascenso sin trabas y un aplauso alentador para iniciar la bajada. Eso sí: aquellos escépticos que tildan al volcán de complicado, de difícil acceso y caprichoso, no conocen a las mujeres. La moda de llamarlo "Allá ni llego" por la similitud fonética con su verdadero nombre, es una mentira tan grande que no tiene punto de discusión.





















El descenso fue rápido y divertido: patinando, saltando, esquiando y derrapando en la arena volcánica. Una fugaz sacudida de los zapatos de trekking, llenos de piedritas, desarme del campamento y partida, justo antes del mediodía, hacia nuestra segunda meta del día: el Refugio Rincón de Los Pinos, un paso más hacia el Lolog. Pero esa es otra historia. Por ahora, solo nos despedimos del Lanín y los mágicos colores del Ayen Niyeu.



Si, si...Allá ni llego...

No hay comentarios:

Publicar un comentario